martes, 26 de julio de 2011

EL DÍA DE LA CULPA ALEATORIA

El asesino de Oslo culpa a Zapatero


de la invasión islámica


Atentados en Noruega, hambruna y revueltas en el cono de África, aparte del ambiente bélico habitual de oriente medio… Definitivamente, esta semana había tenido demasiado stress.

Así que el domingo decidí celebrar un pequeño guateque con mis amigos del club Bilderberg, para organizar alguna nueva masacre y pasarlo bien.


Hoy, a la cruel hora de las 9 de la mañana, la que suscribe se ha levantado con una resaca tremenda y la llamada de un funcionario público que, desde el ayuntamiento de Santa Cruz de Retamar (provincia de Toledo, comunidad de Castilla la Mancha, España, Eurasia, planeta Tierra, sistema Solar, Vía Láctea sin número) me pedía responsabilidades por el mal estado de la parcela 2, en la calle del Ebro del susodicho municipio.

Al parecer, la propiedad se halla llena de maleza que puede provocar un incendio estival, aparte de ser el hogar de pequeños roedores que causan estragos en el vecindario.


Yo le he dicho que ese inmueble no me pertenece. Que sólo soy propietaria de la mansión sita en la misma calle del Ebro, pero en el número 4, que disfruto de una plaga de gatos negros, no de ratones, que soy la única vecina del infausto pedazo de tierra del número 2, a cuyo propietario no conozco, y de quien jamás me he quejado ya que, a dios gracias, no ha hecho acto de presencia en los últimos 220 años (cosa que agradezco, así puedo celebrar fiestas para mis amigos de la jet financiera sin que nadie proteste). Que yo no he necesitado nunca llamar a ninguna autoridad, ya que mi ADN me impele a solucionar mis asuntos de una forma inmediata y definitiva. Y que mi servicio, ni está autorizado, ni habilitado para avisar al ayuntamiento, ya que sólo hablan swahili, y si es imposible que un funcionario español entienda inglés, mucho menos un idioma del África meridional.

Luego he terminado mi razonamiento con un educado “creo que se ha equivocado de número”.


Pero el funcionario aseguraba que no era un error. Daba igual si esa propiedad es mía o no. El inmueble tenía un problema que había que solucionar, y el mío era el único teléfono de su lista. Rápidamente entendí que aquél hombre tenía toda la razón. Había un problema, y yo tenía que resolverlo.


He colgado, a la velocidad de Superman me he puesto mi traje de Channel prêt à porter, mis gafas de sol de Cartier estilo Sofía Loren, y mis Manolo Blahnik. He conducido el Maserati hasta el ayuntamiento, y me he presentado ante el funcionario como la no-propietaria del descampado sito en la calle del Ebro, número 2.


Don José Gómez y Gómez, empleado público del área de urbanismo del ayuntamiento de Santa Cruz de Retamar, ha fallecido esta mañana a las 9.30 horas de un repentino aneurisma cerebral.

Problema solucionado antes de tomarme el café.


Después de comenzar la semana con semejante eficacia, regresé a mi mansión con el firme propósito de darme un respiro hasta la hora de comer. No conviene empezar a trabajar de forma tan abrupta después de una bacanal dominguera.

Pero cuál no fue mi sorpresa cuando, mientras tomaba el desayuno en el jardín, leo en el periódico que el asesino de la masacre de Oslo culpa a Zapatero de la invasión europea del islam, y que por eso él ha tenido que hacer lo que ha hecho.


De todos es sabido que don José Luis Rodríguez tiene la culpa de la práctica totalidad de los males del mundo. Incluso cuando los Reyes Católicos invadieron Al Ándalus, la propia reina Isabel declaró haberlo hecho para enmendar el mal que el señor Zapatero había causado a este país.

Pero culparle de los atentados de Noruega me parecía excesivo. Máxime cuando el claro responsable es el psicólogo infantil del colegio donde estudió el asesino, que no fue capaz de diagnosticar la evidente enfermedad mental de este señor.


En ese instante me sorprendí a mí misma. ¿Por qué no estaba culpando al propio genocida de sus actos? Sobre todo teniendo en cuenta que ha sido en parte responsable de la sobrecarga de trabajo que he tenido en estos últimos días.


Y entonces caí: hoy es el día de la culpa aleatoria.


Esta es una jornada en la que tanto los que están en el cielo, como los habitantes de las esferas bajas, se ponen de acuerdo para tergiversar los pensamientos mortales. Lo hacen sólo para divertirse. Y sin duda, tras siglos de contacto con la humanidad, a mí ha terminado por afectarme.


Así que ya saben, mis queridos lectores, en el día de hoy no se crean ni una palabra de lo que digan los medios de comunicación.

Tampoco asistan de público a ningún juicio. En jornadas como ésta nunca se sabe quién puede acabar en chirona.


Ahora mismo tengo que dejarles. Un jet me espera para llevarme a New York City, donde tengo una comida de negocios con algunos amigos de la agencia Moody’s. Voy a pedirles que dejen de fastidiar con la calificación de la deuda griega. Si siguen así, la oleada de suicidios va a acabar con mi equilibrio emocional.



Por cierto, no sé si ya lo he dicho, pero mi nombre real es Angelus Mortis. En latín suena demasiado formal, por eso prefiero que me llamen simplemente Ángela, Angie para los amigos.


Se despide cordialmente, siempre suya: Ángela M.


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